Aquellos que tenemos conciencia de nuestra pertenencia al planeta y a su frágil equilibrio, asistimos con pasmo al suicidio colectivo pretendido y consentido de la mayor parte de nuestros congéneres, o como Dickens los llamaría “nuestros compañeros en el viaje hacia la tumba”.
En Melilla existe una alarma aún mayor porque somos récord en densidad de automóviles en una ciudad hecha para caminar y/o pedalear, porque los espacios naturales son escasos y porque existen unas inercias en cifrar la economía en el ladrillo y la subvención.
Desafortunadamente nuestro río, abandonado por las distintas corporaciones que han pasado por el Ayuntamiento y/o Palacio de la Asamblea, y la especulación fundamentalmente en época electoral, orientada a arrancar la vegetación y negociar con el cemento y el patronazgo, aun obviando la legislación sobre humedales y el daño al medio ambiente, es presa de esos hábitos inequívocamente arraigados en nuestra sociedad.
Con las obras de renaturalización del Río de Oro se vuelve a meter la pala y excavar. La inercia, corporación tras corporación, es dejar la suciedad y matar lo que vive. Porque renaturalizar parte, por definición, de la vida que ya existe, no de arrancar lo natural con la vaga idea de crear maceteros, costumbre atávica en nuestro pueblo.
Nos vamos a quedar sin planeta por codicia y cortedad de miras…